Hombres Infieles


Pablo tiene cuarenta años y Claudia, su mujer, treinta y cinco. Hace diez que están casados y tienen dos hijos. Los dos son profesionales y trabajan en distintas empresas.
Se conocieron siendo muy jóvenes, pero el noviazgo fue siempre difícil porque a Pablo le gustaban todas las mujeres. Sin embargo, a pesar de esa debilidad, cuando terminaron las carreras, finalmente se casaron.

Hasta hace muy poco la vida parecía deslizarse sin tropiezos, pero de pronto las cosas comenzaron a cambiar.

Pablo casi no hablaba, parecía preocupado y se mostraba malhumorado con su mujer y con los chicos. Esta situación fue empeorando con el tiempo; llegaba tarde todas las noches con excusas, estaba distraído y distante y cualquier cosa lo irritaba.

Hasta que un día Claudia recibió una carta anónima de una supuesta amante de su marido que además decía estar embarazada.

Claudia sintió que todo a su alrededor se desmoronaba, había intentado creer en él, tal vez hasta no quiso darse cuenta de muchas cosas que pasaban para no perderlo, pero esta carta no la podía ignorar.

Marcó el número de celular que la carta indicaba y una voz femenina del otro lado, que pareció sorprendida al escucharla, accedió de inmediato cuando la invitó a tomar un café en el centro.

Lucy se llamaba la mujer, pero no había sido la única porque se enteró que había habido otras antes que ella, la mayoría chicas que trabajaban con él en la misma empresa.

A todas les decía lo mismo, que estaba a punto de separarse de su mujer, pero una vez que conseguía lo que quería, no hablaba más de este tema.

Todo salió a la luz debido al embarazo de Lucy, que no quería deshacerse de su hijo y necesitaba su ayuda.

Claudia miraba la puerta vaivén de ese Café con visible nerviosismo, porque también con una excusa había citado a su marido, en el mismo lugar y a esa misma hora.

Cuando Pablo entró en la confitería y vio a las dos mujeres, quiso desaparecer pero ya lo habían visto y no le fue posible retroceder. Entonces, resignado, tomó asiento y le pidió algo para tomar al mozo.

En un primer momento ninguno habló pero luego quisieron hacerlo los tres al mismo tiempo.

Hubo recriminaciones, lágrimas, reproches, acusaciones, palabras huecas de quien quiere defender lo indefendible y hasta silencios culpables.

El principio del fin estaba próximo y una vez más ocurría la misma historia, un hogar destruido, hijos que sufren, desilusiones, llanto, una página de la vida que se quiere arrancar de los recuerdos pero que permanecerá para siempre como una herida.

Aunque sea una historia repetida no deja de tener vigencia, porque las mujeres continúan engañándose a si mismas, creyendose todo lo que les dicen los hombres casados, con quienes se arriesgan a entablar una relación, aunque no haya ninguna duda de que no tengan ninguna intención de abandonar a sus mujeres ni a sus hijos.

Porque la lógica nos dice que alguien que engaña a su mujer también engañará a su amante algún día, de modo que nadie podrá tener con él ningún amor con garantía.

Como el mito de don Juan, hombre seductor y desprejuiciado que se refleja en el drama religioso fantástico “Don Juan Tenorio” de José Zorrilla y en la obra literaria “El burlador de Sevilla y convidado de piedra” que se atribuye a Tirso de Molina, del siglo XVII, este personaje existió, existe y existirá siempre; como también habrá mujeres que cederán a sus caprichos seducidas por su irresistible encanto pasajero.

Sin embargo, este don Juan, lejos de ser tan hombre como hace suponer su eterna disposición hacia la conquista, sea alguien que no puede ser plenamente satisfecho por ninguna mujer y lo que realmente esté buscando sea a otro hombre.

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