La Madre y el Amor Filial


Ser madre es un privilegio que la mayoría de las mujeres desean tener, pero también existen quienes por alguna razón, no tienen la suficiente vocación para tener y cuidar a su bebé.

Lo mejor para el buen desarrollo de un hijo es haber sido deseado, tanto por su madre como por su padre; que no represente un obstáculo para la libertad de ambos, ni para la realización de supuestas asignaturas pendientes, ni para el balance de la economía familiar, sino que su inserción en el hogar sea considerada una bendición.

Sobre esa base se aseguran los padres, un niño con una base psicológica sana, libre de la pesada carga afectiva que produce el trauma del rechazo.

La vida moderna nos ofrece la ventaja de poder realizar una planificación familiar mediante la utilización de métodos anticonceptivos al alcance de todos y adecuados a cada necesidad; de manera que los embarazos no deseados se pueden evitar.

La mayoría desea tener hijos principalmente sanos y se preocupan por investigar cualquier anomalía física tanto congénita como heredada, dejando de lado el aspecto psicológico del desarrollo que exige amor incondicional, aceptación y respeto por una nueva vida.

Tanto un padre como una madre aman a sus hijos y desean lo mejor para ellos, sin embargo el amor de madre trasciende cualquier otro sentimiento conocido.

La madre lleva dentro de si misma a su hijo desde la concepción y lo considera parte de ella misma.

El reino animal nos muestra que ninguna cría se siente tan íntimamente unida a su madre adoptiva como con su madre natural, ni confía tanto en ella; y que ninguna madre que adopta una cría tiene el mismo espíritu de sacrificio que es propio de la madre verdadera.

Una madre vigila a su hijo confiada pero tiene un instinto que no se aparta de su hijo, de manera que puede presentir el peligro para acudir en su ayuda.

Esto ocurre tanto de día como de noche, porque tal vez no logren despertarla rayos y truenos, pero sí puede desvelarla un leve gemido de su hijo.

La antigua costumbre de mantener a los niños en la nursery de recién nacidos, alejados de sus madres, tuvo que ser modificada, porque afectaba seriamente la relación madre hijo.

El niño necesita del contacto corporal y la ausencia de este estímulo disminuye la posibilidad de un buen desarrollo emocional de la unión de la madre con su hijo.

Esta condición puede producir dificultades en la conducta social del niño, pérdida de la capacidad para establecer buenas relaciones familiares y sociales, conflictos generacionales y conductas violentas en el futuro.

Los niños desde que nacen son sometidos a violencia en las clínicas de maternidad. Comenzando por el acto de nacer que según Otto Rank, produce en el niño la angustia de nacimiento, tal como lo describe detalladamente en su libro “El Trauma del Nacimiento”; o sea, el tránsito doloroso desde la inigualable comodidad del vientre materno, al malestar que representa ser expulsado al mundo y de paso recibir una palmada en el trasero para comenzar a respirar por sus propios medios.

Estudios realizados en la Universidad de Cleveland, Ohio demostraron que las madres que habían tenido contacto estrechos con sus hijos al nacer y que no se separaban de ellos, resultaban ser más cariñosas y amantes de sus hijos, se sentían más felices y los podían disfrutar más que las que no habían tenido la oportunidad de establecer ese vínculo temprano.

El hecho es que solamente un deseo profundo de ser padres voluntariamente y un contacto personal directo con el hijo en los primeros tiempos de su desarrollo brindan las condiciones básicas para crear el vínculo de unión que necesita el niño para su desarrollo.

Fuente: “Calor de Hogar”, Vitus B. Dröscher, Ed. Sudamericana/Planeta

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