En el actual contexto de sobreexposición audiovisual, en donde el poder de los medios de comunicación adquiere un potencial notable y expande su influencia a enormes escalas, la imagen se perfila como un modelo indiscutido de referencia social e impone de tal forma patrones culturales determinantes, que inciden de manera directa en las concepciones de figura corporal y estética.
Desde un plano psicológico, el impacto de la imagen podría vincularse con los procesos de identificación y proyección, a través de los cuales el individuo asimila los atributos del modelo que se expone como referencia, o bien proyecta cualidades personales en ese arquetipo que toma como patrón a seguir.
Por otro lado, las determinaciones socioculturales como el contexto de posmodernidad, caracterizado por la afluencia de rasgos tales como el hedonismo, el individualismo, el culto a lo efímero y el rechazo a todo aquello que implique un compromiso a futuro, ponen de manifiesto la superficialidad que antepone la prioridad de la imagen corporal, como fin excluyente del éxito social. Y así es como a menudo, esta práctica se pone en evidencia en los programas de televisión de mayor audiencia, siendo ellos mismos los que toman la posta al momento de determinar los parámetros de validez para formar parte de la imagen visible que emerge frente a la pantalla.
Casualmente, son los más “agraciados” físicamente quienes se presentan como “estereotipos” o “modelos a seguir” por el público. Aunque muchos adjudiquen como causa principal de esta obsesión por el cuerpo y la belleza, la “presión social” que enmarca el mundo posmoderno y su fomento desde los medios de comunicación, en especial la televisión,existen también otros elementos que llevan a las personas a obsesionarse con la perfección y lo inalcanzable.
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