No nos vemos como somos


Las personas que sufren el trastorno dismórfico corporal se preocupan exageradamente por un defecto pequeño o imaginario de su cuerpo

Comienzan a desvelarse los secretos de una experiencia humana clave que nos distingue de los animales: el sentimiento de ser y de pertenecer al propio cuerpo, un concepto cercano al “ego” de la psicología. Si nuestra percepción autoconsciente está alterada tenemos una imagen distorsionada de nosotros mismos.

Para algunas culturas orientales, y sobre todo para el budismo zen, el ego no es más que un espejismo de la mente, porque según aseguran los seguidores del Dalai Lama, los seres humanos no estamos separados unos de otros, ni tampoco del resto de los seres vivos, objetos y demás elementos materiales o energéticos que pueblan el cosmos, donde todo está unido e interconectado y los fenómenos dependen unos de otros.

Cómo nos reconocemos

Sea como sea, recientemente se ha dado un paso más para desentrañar el escurridizo concepto del “ego” o “yo”, que la psicología moderna define como la unidad dinámica que constituye al individuo consciente de su propia identidad y de su relación con el medio y que es el punto de referencia de los fenómenos físicos, psíquicos y sexuales del ser humano.

Investigadores de la Escuela Politécnica Federal de Lausana (EPFL, por sus siglas en francés), en Suiza, han combinado técnicas de ciencia cognitiva (estudio sobre cómo se representa y transforma la información en la mente) y realidad virtual (simulación creada mediante un ordenador) con imágenes cerebrales para decodificar el fenómeno de la autoconciencia, ese sentimiento de ser y de pertenecer al propio cuerpo, de que se ignora su origen y cómo se reconoce.

Los expertos suizos realizaron una serie de pruebas en las que introdujeron a los participantes, en el cuerpo de un “avatar” o ser humano virtual.

Una realidad virtual

Para crear el ambiente virtual, cada sujeto colocó sobre su cráneo un casco con electrodos para controlar la actividad cerebral y fue inmerso en diferentes escenarios tridimensionales creados informativamente, los cuales podían verse a través de visores estereoscópicos montados en la cabeza o mediante proyecciones en una gran pantalla. Mientras estaba activa la realidad virtual, los sujetos podían levantarse, mover sus cabezas y caminar.

En los ensayos se alteraron los aspectos más importantes de la autoconciencia de los participantes, por ejemplo tocándolos de forma sincronizada con lo que percibía su avatar o en distintos momentos, es decir que ellos recibían un estímulo táctil pero su avatar no.

Los investigadores de Lausana también situaron a los sujetos masculinos dentro de avatares femeninos, mientras registraban los cambios en la actividad cerebral de los participantes.

De ese modo registraron en los participantes una serie de cambios destacados en la respuesta de las regiones temporo-parietal y frontal, dos áreas cerebrales responsables de integrar el tacto y la visión en una percepción coherente.

La imagen mental y la realidad no siempre se corresponden

Según ha explicado el investigador Olaf Blanke, director de la investigación, “los métodos tradicionales han estado examinando la información correcta para comprender la noción del “yo” de las sensaciones y el pensamiento consciente. Nuestro trabajo ha comprobado cómo el organismo se representa en el cerebro y de que modo esto afecta la mente consciente”.

El doctor Blanke cree que las investigaciones suizas sugieren que “muy probablemente la noción de la conciencia corpórea vino antes que las nociones más desarrolladas del “yo”, dentro de la evolución del ser humano”.

La imagen mental y la realidad objetiva no siempre se corresponden, en lo que respecta a la percepción que tiene una persona de su propia anatomía, la cual a menudo se ve distorsionadas por las “gafas” de la psique y las emociones.

Algunas investigaciones recientes sobre la denominada “imagen corporal”, sugieren que no todos ven lo mismo cuando se miran al espejo.

Según un estudio, dirigido por el doctor Henrik Ehrsson, del Instituto de Neurología del UCL, del Colegio Universitario de Londres en el Reino Unido, “sentirse gordo o flaco es una ilusión construida en el cerebro y la imagen corporal es puramente mental”.

No nos vemos como somos

En su trabajo, que revela qué partes del cerebro están involucradas en la imagen corporal, se utilizó un recurso denominado “la ilusión de Pinocho”, junto con la resonancia magnética funcional (que mide la actividad eléctrica cerebral en tiempo real) para estudiar los cerebros de los participantes.

A cada uno de ellos se les colocó en la cintura un dispositivo que vibra, el cual crea la ilusión de que se encoge el cuerpo.

Todos los participantes sintieron que su cintura se había encogido hasta un 28 por ciento, y los investigadores encontraron altos niveles de actividad en un área del cerebro que recibe información sensorial de diferentes partes del cuerpo.

Según los investigadores del UCL, “continuamente procesamos informaciones acerca del tamaño corporal, tales como sentirnos delgados o gordos al ponernos la ropa o pasar por una puerta estrecha”.

A diferencia de otros sentidos, que dan una información más precisa de la realidad, el cerebro parece crear un mapa del cuerpo integrando sólo las señales de las partes más importantes, tales como la piel o los músculos, junto con ciertas claves visuales.

Defectos corporales que no existen

Según los expertos, este trabajo puede arrojar luz sobre el trastorno dismórfico corporal (TDC), que sufren quienes se preocupan exageradamente por un defecto pequeño o imaginario de su cuerpo, y suelen sobrestimar o subestimar su tamaño corporal.

La persona con TDC se obsesiona con defectos corporales que no existen, aunque quienes la rodean le aseguran que a su cuerpo no le sucede nada, ella continúa “viendo” esos defectos imaginarios.

Las causas del TDC todavía no están claras y varían de una persona a otra. Hay indicio de podría deberse a una combinación de factores genéticos, ambientales y biológicos, e incluso que podría ser provocado por un desequilibrio químico en el cerebro.

La parte del cuerpo en la que se centra la preocupación del afectado por TDC suele ser la misma, aunque algunos pacientes pueden cambiar la ubicación corporal del supuesto defecto físico.

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